Historia vestimenta del Tenis (1)

El Imperio del Polo

Dos iconos de la raqueta, el francés René Lacoste y el británico Fred Perry, convirtieron su vestimenta en uno de los objetos eternos de la moda mundial

Texto Pere Hernández
Es incuestionable que deporte y moda tienen en el polo su referencia histórica más fiel. El empuje social del tenis y dos ídolos nacionales de la raqueta como René Lacoste y Fred Perry fueron los responsables de que esa sencilla prenda irrumpiera en nuestras vidas. Sin desfilar por las pasarelas, sin trazos de carboncillo en los patrones de los modistas, el polo se convirtió en referencia. Si esa prenda llevaba bordada en la zona del corazón un cocodrilo o una corona de laurel, adquiría entonces la categoría de objeto eterno.

Los militares británicos, en plena colonización de India, golpeaban desde sus caballos con un mazo una pelota hecha con raíz de sauce que milenios atrás los persas bautizaron como pulu. Vestían pantalón de franela blanca, camisas abotonadas de manga larga, jerséis gruesos y corbatas de seda negra. Descubrieron que el rigor de un clima endemoniado por los monzones no tenía nada en común con el templado, moderado y lluvioso de su país.

Necesitaban un tejido más fresco y un diseño más holgado. Así nació el polo de algodón de manga larga, con botones fijados al cuello para que éste no molestara a los jinetes en las carreras a caballo. La prenda causó furor en los campos de polo de Richmond Park y Hurlingham, traspasó las fronteras y llegó a los rincones de la Commonwealth, las praderas argentinas o los elitistas clubs de la costa atlántica estadounidense. El lawn-tennis, el cricket y el rugby también se rindieron a las ventajas de la nueva indumentaria.

A finales del siglo XVIII, los británicos patentaron y exportaron buena parte de los deportes reglamentados. El Jeu de Paume, el Juego de Reyes y el Rey de los Juegos, como se denominó en el siglo XV a la afición de golpear una pelota con la pala o con la palma de la mano en las cortes de Inglaterra, Alemania, Francia, Italia y España, se había convertido en el lawn-tennis de la mano del mayor Wingfield y del All England Lawn Tennis and Croquet Club de Wimbledon. Pero en la segunda década del siglo XX, la fiebre del tenis se vivía en Francia, donde Henri Cochet, Jean Borotra, Jacques Brugnon y René Lacoste, los Cuatro Mosqueteros, habían arrebatado a británicos, australianos y estadounidenses la ensaladera de plata creada por Dwight Davis. En París se construía el estadio de Roland Garros en los aledaños del Bois de Boulogne; la alta sociedad se reunía en las pistas del Parque Imperial de Niza, o junto a los hoteles de Biarritz y San Juan de Luz, y la Société Nationale de Chemins de Fer promocionaba con carteles modernistas los balnearios franceses donde el tenis era deporte.

Para ir elegante a las pistas parisinas, había que comprar en el 24 de la Rue Faubourg Saint Honoré las camisas y pantalones de Hermès, o acercarse a la rue Albert Thomas para adquirir prendas de la marca Te-Go importadas de Gran Bretaña, o visitar Au Louvre, en la Place Saint Agustin, en el que una camisa marca Radia costaba 32 francos, los pantalones a medida, 50, y una gabardina de franela blanca, 115. Las mejores raquetas las importaba Henri Darsonval, el profesor de Lacoste, en el 18 de la rue Miromesnil, o el propio Henri Cochet. Tal era la fiebre, que en 1923, para el viaje en el buque Olimpia de los Mosqueteros a EE.UU. Para luchar por la Davis, Louis Vuitton fabricó un modelo de maleta, bautizado como Triomphe, con espacio especialmente diseñado para transportar las raquetas. En Barcelona, donde el tenis era deporte en alza y las visitas de los clubs de prestigio europeo una referencia social, la Camisería Comas del paseo de Gràcia, que además era el centro de inscripción para los principales campeonatos, y la tienda de Ernesto Witty, que importaba los artículos de las mejores marcas británicas en buques de su naviera, eran la mejor apuesta para encontrar la elegancia en el vestir.

Los viajes del equipo de Francia a Estados Unidos fueron el detonante del polo. En 1923, René Lacoste decidió cortar las mangas de su polo para evitar los rigores del calor, y en 1927 se enamoró de un bolso de piel de cocodrilo que vio en un escaparate, bolso que el capitánFred Perry francés prometió comprarle si ganaba un punto. Regresó a París con su bolso. Bordar un animal en la indumentaria era ya otra cosa. Lacoste tenía experiencia en ello, porque el equipo francés disputó los Juegos Olímpicos con el gallo en su vestimenta, pero Robert Georges, amigo de infancia de René, fue más allá y, en 1927, bordó en la chaqueta de Lacoste el primer cocodrilo.

La cátedra de Wimbledon suponía un examen para el nuevo polo, pero la aceptación de la prenda fue instantánea. “¿Cómo hace usted para que sus polos sean tan elegantes?”, preguntó la Reina Madre a Fred Perry en una de sus visitas al santuario del tenis. Perry, que era un tipo con una percha imponente, posiblemente el mejor maniquí para exhibir un buen modelo, recuperó en 1934 el orgullo de Gran Bretaña levantando la Copa Renshaw de Wimbledon y acabando con el dominio de franceses, americanos y australianos. Un año antes, Lacoste había puesto en el mercado el primer polo de algodón petit piqué que llevaba bordado un cocodrilo. Fred Perry tardó casi dos décadas en dar al polo la dimensión de objeto eterno bordando un laurel verde y unas iniciales en el nuevo tejido. Hoy en día, esos mismos polos aún siguen a la venta.